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Delhi, entre el caos magnético y la historia milenaria
22 septiembre 2025Viajar a Delhi es sumergirse en un torbellino que no deja indiferente. Ha sido mi puerta de entrada a India este verano y desde el principió me fascinó. La capital de India no es una ciudad fácil, pero justamente ahí radica su magnetismo: cada rincón parece contener una contradicción entre lo ancestral y lo moderno, entre la calma espiritual y el ruido ensordecedor de los cláxones. Lo primero que impacta es la escala.
Delhi es enorme y está formada en realidad por varias ciudades que se fueron superponiendo a lo largo de los siglos. El contraste entre Vieja Delhi, con sus callejones atiborrados de puestos de especias, templos y mercados, y Nueva Delhi, diseñada por los británicos con grandes avenidas y edificios coloniales, marca una dualidad fascinante.
Entre sus imprescindibles están la Mezquita Jama Masjid, el Fuerte Rojo, el Qutub Minar y, por supuesto, la Puerta de India, que se convierte en punto de encuentro al atardecer. Tampoco hay que perderse el templo del Loto ni la solemnidad de Raj Ghat, el memorial a Gandhi. Son lugares que transmiten el peso de la historia india, tan compleja como inspiradora.
Ahora bien, Delhi también pone a prueba. El tráfico es caótico, el calor (especialmente en verano) resulta sofocante, y la contaminación es un problema real. Caminar puede ser una aventura en sí misma, y los primeros días cuesta acostumbrarse al bullicio constante. Pero, una vez aceptado el ritmo, la ciudad revela capas más amables: barrios bohemios como Hauz Khas Village, cafés escondidos, librerías alternativas y una vida nocturna inesperadamente vibrante.
Quizás Delhi no sea la ciudad que enamora a primera vista. Es más bien un lugar que exige paciencia y apertura, pero recompensa con autenticidad. Es imposible comprender India sin pasar por su capital: un caos organizado que refleja todas las luces y sombras del país.
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